Pequeñas experiencias

María, una historia de violencia de género. (Cap 10)

Psicólogos en Avilés

Y la vida continuó, no como continúan las historias que me habían contado de pequeña, ni como las películas de Disney que adoro. Empecé una vida que no sabía si vivía o permanecía en pesadilla. Miro al pasado, y siento envidia, mucha envidia, de las madres que pueden ser madres. Que se despiertan entre cariño, pañales y abrazos. Envueltas en el algodón rosa que debería suponer la maternidad. Colonia de bebé, leche y mantas. Calor y compañía, apoyo y complicidad. Envidia y pena del tiempo que nunca recuperaré. Momentos de Carmen que me perdí mientras lloraba. Y miedo, mucho miedo, porque si no hay amor, hay miedo.

Recuerdo el día siguiente de la llegada a casa de Carmen. Mario decidió que era un buen momento para empezar a ejecutar su plan. A partir de ahora Carmen sería hija de su madre, Nemesia. Mi labor sería procurar un sueldo a la familia. “Trabaja, fábrica de dinero, es lo que tienes que hacer. A Carmen la cuidará mi madre, que es con quien tiene que estar” ¿Y sabéis una cosa? No lo permití. No me dejé. Si había que pelear, pelearía. Si había que llorar, se lloraría. Y si para tener conmigo a mi hija, tenía que luchar con dos monstruos, eso haría.

Mi familia, totalmente ajena a mi situación, no entendía algunos de mis comportamientos. Recuerdo el día que mi madre hizo una comida familiar para celebrar el nacimiento de Carmen, comeríamos todos juntos en el jardín, y los padres de Mario serían invitados. Mi cabeza gritaba “no” ¿pero cómo iba a sacar a la luz todo? Callé, con la absurda esperanza de que todo cambiaría, de que solo era una racha, de que quizás, era todo culpa mía.

Violencia de género

Recuerdo a Nemesia, entrando en la casa aquel día, apoderándose de Carmen, siendo la maldita gallina del gallinero. Creyéndose dueña y señora, y madre, de mi hija. Y hubo un momento en que me rebelé. Mi tío estaba a mi lado, tenía a Carmen en sus brazos y yo me sentía confiada con él, y la vi venir, corriendo, a quitársela, a llevársela. “No se la des a la bruja” le dije en mitad de un susurro. ¿Cómo? “Que no se la des a la bruja” No me entendió. “Pero si es una señora muy agradable” Me dijo, entre sorprendido y dudoso. Eso es lo que Nemesia hace con la gente, ante los demás, se muestra como una pequeña niña traviesa, toda inocencia y candidez. Mucho me costó desenmascararla. Muchísimo.

A partir de entonces todo se recrudeció, Mario se dio cuenta de mi creciente aversión hacia su madre, de mis desprecios hacia ella. Ojalá hubieran sido más. Y cerró su círculo de control sobre mí y la niña. Había una norma: Podrás ir con Carmen a ver tu madre una vez a la semana, los miércoles, de 2 a 4, el resto del tiempo, permanecerá con mi familia. Eso se creía él, el miedo agudiza el ingenio, y la ira mucho más. Si él tenía un plan para alejarme de mi familia, yo tenía otro para no hacerlo. Muchos días iba a la playa con Carmen, mientras Mario trabajaba, hacia una foto de las dos con el mar de fondo y se la enviaba, como demostración de dónde estaba. Acto seguido me iba con mi familia, muerta de miedo por ser pillada, llena de orgullo por no doblegarme.

Pequeñas experiencias

Mi psicólogo en Avilés me dice que eso estuvo mal. Que yo no tenía que esconderme para hacer algo que tengo derecho. También me dice que me entiende, que todas las mujeres maltratadas ponemos parches para evitar el dolor, el enfrentamiento. Que no me culpe de no haberlo hecho mejor, sino que me alegre de haber adquirido esa conciencia en el presente. Tenía las armas que tenía, y desconocía lo que me estaba pasando. No pude hacerlo mejor, lo hice con mi conciencia de entonces, y no podía ser de otra manera.

Fueron meses llenos de pánico, mi cuerpo temblaba cuando escuchaba llegar a Mario. Sabía lo que me esperaba, chantajes y reproches por lo que yo había hecho o dejado de hacer. Ira porque me había quedado con Carmen en casa en vez de habérsela llevado a Nemesia. «Es con quien tiene que estar, María, la niña nació para alegrarla a ella, que ya bastante ha sufrido la pobre” “Eres una egoísta, estás enferma, solo quieres a la niña para ti. Debes ir al médico, estás loca, tienes una depresión post parto”

Tu mejor psicólogo en avilés

Y allí me vi yo, hablándole a mi médico de lo loca que estaba mientras las lagrimas caían en la mesa. Le dije que todo era mi culpa. Que estaba muy triste. Que no podía parar de llorar, que todo lo estaba haciendo mal. Mientras, Mario, situado a mi espalda, vigilaba cada una de mis afirmaciones y asentía orgulloso al resultado de su adoctrinamiento. ¿Y sabéis? Mi médico no creyó mis palabras. Se fijó en lo que había detrás, y me creyó a mí. Meses más tarde me confesó que había visto a una mujer terriblemente coaccionada. Vejada y maltratada, y que me vigilaría para cuidarme. ¡Y lo hizo! Pero esa es otra historia que contaré más tarde en el futuro. Ahora, gracias, si estás leyendo esto, eres de las pocas personas que me entendieron y creyeron, gracias y mil veces gracias.

Recuerdo el día que mi mano tembló al meter la llave en la cerradura de mi casa, recuerdo la frustración de no poder abrir porque no acertaba…

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