PSICOLOGA EN AVILES

María, una historia de violencia de género. (Cap. 8)

Psicólogos en Avilés.Psicólogo en Avilés

Nadie decide cuando se superan las cosas. Dicen que tienes que pasar página, que rehacer tu vida, como si mi vida no estuviera hecha nunca. Como si la vida de una mujer, dependiera de tener un hombre a su lado. Nadie decide cuando se superan los traumas, porque quizás, nunca se superan, o se superan a rachas, a veces sí, y a veces no. Esto es lo que hay, esta es mi vida, y he decidido contarla.

Psicóloga en Avilés especializada en problemas de violencia de género

Y allí me encontraba yo, en la sala de partos, con una minúscula bebé encima y un maltratador psicopático a mi lado. Bonita combinación. Llegó el momento de salir, de regresar a mi habitación, sé que allí me esperaba mi madre, sé que había estado esperándome durante horas. Ella misma me dijo que sabía que saldría pronto, que a mí no me iban a tener demasiado tiempo allí metida. Me sorprendió esa intuición que solo una madre puede tener. “¿Cómo está mi madre?” Le pregunté a Mario. Sabía que ella estaría preocupada y quería transmitirle que todo estaba bien, que tanto Carmen como yo, estábamos perfectas. “Histérica, llorando, está para darle dos guantazos a ver si se tranquiliza” me contestó. ¡Oh, vaya, qué falta de absolutamente todo, que desgraciado eres! Mi madre me explicó después, que el celador había entrado en mi habitación a llevarse la cama para mi traslado, pero no se llevó la cuna, y entre los nervios del momento y el desconocimiento, pensó que le había pasado algo a Carmen o a mí, y se desbordó. Gracias, por preocuparte por nosotras dos. Púdrete en el infierno, Mario, por maltratador.

 

Me trasladaron a la cama, y Carmen y yo, rodamos por los pasillos camino de mi habitación, vi a mi madre a lo lejos, y le hice un gesto de que todo iba bien. Llegué y ella se asomó temblorosa a verle la cara a Carmen, que en ese momento estaba con su primera toma de lactancia materna. Regulando su temperatura pegada a mí, adaptándose a este mundo, me explicaron las enfermeras. Unas primeras horas esenciales para el establecimiento de vínculos, de intimidad. Unas horas sagradas que nadie debe mancillar. Unas horas de despedida y de bienvenida. Un tiempo de silencio y calma, un tiempo de reconocimiento mutuo. Magia. Un tiempo de bailar el último tango con tu hija, y de bailar también el primero. Y de repente… ¡la pesadilla! Como si de un tornado se tratase, entró Nemesia, la madre de Mario. La vi entrar  por la puerta. Gritaba, chillaba, corría, hacía aspavientos, saltaba, movía los brazos frenéticamente, lloraba, reía, escupía al hablar. No sé qué pasó, ojalá me hubiera dado cuenta en ese momento, pero supongo que las cosas son como son. Me quitó a Carmen, me la arrancó literalmente de los brazos y vi a mi pequeña bebé volar por los aires, la sacó de la habitación, gritando, con las manos sucias, las uñas negras, y el corazón podrido de egoísmo. ¡Mi nieta, mi nieta! ¡Es mía! ¡Es mía! Y mi cerebro hizo el chasquido más  estruendoso de toda mi vida. La vi, os juro que la vi, vi lo que iba a pasar, vi mi futuro y morí de miedo, mil veces más fuerte que las anteriores, mil veces más salvaje, mil veces más instintivo. No recuerdo mucho, sé que una enfermera, bendita enfermera, la riñó y la obligó a devolverme a la niña. Gracias, no sé tu nombre, pero gracias.

A partir de ese momento empezó a llegar gente, mis abuelos y mi padre, mis tíos, mis primos, gracias a todos ellos por el respeto y delicadeza que tuvieron conmigo y con Carmen. Gracias por respetar nuestro momento. Nemesia, no te lo pude decir en ese momento, porque yo aún no sabía, pero que Dios te dé el doble de lo que te mereces. Y ojalá que aprendas, que veas lo que hiciste, todo lo que rompiste, aunque no creo que te dé tiempo en esta vida. Que sea en otra.

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Después de un rato, ya acercándose la noche, todos empezaron a irse. “Socorro, mamá, no te vayas” pensé en esos momentos, pero no lo podía decir. Quedamos a solas con la bebé. No os lo conté antes, pero resulta que, durante unas horas después de la anestesia, no puedes ingerir ningún líquido, yo no sabía eso. Tampoco me dejaban levantarme, y ocurrían dos circunstancias, yo tenía mucha sed y mucho pis. Lo estaba pasando mal y le dije a Mario que si podría acercarme las zapatillas para que, en cuanto me dieran permiso, yo pudiera salir volando al baño. Reduciré el nivel de agresividad de su contestación por no herir sensibilidades: “¡No soy tu maldito esclavo, búscatelas tú!”  Acto seguido, cogió una botella de agua y se puso a beberla delante mía. “No hagas eso, por favor, tengo mucha sed y verte beber no me ayuda, ¿podrías beber fuera?” Y el que salió fuera de sí fue él. No recuerdo lo que me dijo, no recuerdo lo que hizo, hay una gran laguna en mi cabeza de ese momento, solo sé que la primera lágrima cayó encima de la cabeza de mi bebé, por desgracia caerían muchas más. Fue una última lágrima también la que hizo que, en un futuro, me escapara del maltrato.

Cuando ya se hizo tarde y Carmen se durmió, decidimos que era el momento de dormir también. Mario se quiso meter en mi cama, dijo que el sillón era demasiado incómodo para él y que se merecía dormir bien. Le dije que estaba prohibido y que además necesitaba mi espacio, estaba dolorida y cansada. Me gritó que nadie se enteraría, que me apartase y que le dejase acostarse, y le dije que no. Mi primer NO. No, porque no quiero. No, porque son las normas. No, porque tengo derechos. No, porque yo tomo mis propias decisiones. No, porque soy libre. No, porque NO. Se echó en el suelo, enfadado, agresivo. Gritó a Carmen porque esta se metía el dedo en la boca y eso era culpa mía. Y se durmió. 

Al día siguiente empezaría otra historia, más dura. Todos enseñarían  ya sus cartas. El camino hacia mi salvación.

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1Comentario
  • Nadia
    Posted at 22:19h, 19 diciembre Responder

    Menudo maltratador, pero doblemente: a su mujer y a su hija con pocas horas de vida.
    Qué decir de la gran abuela Némesis. Mi opinión es que ese comportamiento es para demostrar lo que no se siente y es forzado, o sea, sobreactuación, y todo para parecer una gran abuela de cara a la galería.
    Has sido muy valiente, María. Te admiro.

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