26 Feb María, una historia de violencia de género. (Cap. 9)
Psicólogos Avilés
Mi psicóloga en Avilés siempre me recuerda la importancia de mis derechos. “María, tienes derecho a muchas cosas, respétate, no dejes que nadie te coma terreno” Mi psicóloga me dice que puedo negarme a hacer algo si no quiero, si no lo considero correcto, si no va conmigo o si simplemente, no me apetece. Mi psicóloga me dice que yo valgo tanto como los demás y, que si alguien no me respeta, a mí o a mis derechos, que lo eche de mi vida. ¡Aporta o aparta! Di no, María. Quien te quiera lo entenderá, y quien no, es que no te quería.
Y me levanté a un nuevo día de mi experiencia de vida. La habitación estaba extrañamente luminosa, una paradoja de mi próximo destino, de mi viaje a las tinieblas. Pronto vino una compañera enfermera a llevarse a Carmen, le iban a hacer unas pruebas rutinarias y a bañarla. No recuerdo demasiado de ese momento, supongo que las benditas endorfinas trataban de hacer su trabajo y, con ello, hacerme olvidar lo malo. Ya estaba Mario allí para recordármelo.
Me dijo que se iba a hacer unos papeles, ni sabía a lo que se refería ni me importaba. Genial, pensé. Lárgate. Y me sorprendí del odio que subyacía a mi pensamiento. Supongo, y esta es mi reflexión, que cuando te quitan tu dinero, no importa demasiado. Cuando se hacen dueños de tu vivienda, no es muy relevante. Si te apartan de familia y amigos, puedes tolerarlo, pero ¡ay! como toquen a tu hija, no te queda mundo para correr.
Violencia de género
Los días que pasé en el hospital fueron una auténtica pesadilla. Ojalá hubiera conocido antes a mi psicólogo en Avilés, ella me lo hubiera advertido. Las visitas empezaban a la 1 de la tarde y acababan a las 9 de la noche, un incesante goteo de familiares de Mario que utilizaban mi habitación como si de bar se tratase. Llegué a contar 14 personas en mi habitación. ¡Me faltaba el maldito oxígeno! Se lo dije a Mario, ilusa de mí, pensaba que me ayudaría. “Mario, por favor, haz que salga todo el mundo, necesito intimidad con mi bebé, darle de mamar, relajarme, estoy muy nerviosa y dolorida”.
Su respuesta fue hacerme levantar de la cama y ponerme a dar besos a personas que no había visto en mi vida. Gente que cogía a mi Carmen como si de una pelota se tratase. Me puse a llorar, me dio una patada por lo bajo y me susurró “ compórtate, niñata, si fueran tu familia no estarías con esa cara, sonríe, y da besos, levántate, ¡Ahora!” Estaba sonriendo, él sonreía mientras me decía esto, nunca olvidaré su cara sádica. Disfrutaba con todo ello.
A todo esto, Nemesia campaba a sus anchas por mi habitación, cual decrépita reina de Saba, “ es mi nieta, es mía” graznaba sin cesar. Calladla, calladla.
La útima tarde de mi estancia allí, a mi madre se le ocurrió hacerle a Carmen una comida de bienvenida en casa, a esa comida asistiríamos mi familia, Mario y yo, pero para no parecer descortés, decidió invitar también a Nemesia y a su marido. No, mamá, pensé, no lo hagas. ¡No quiero que vayan! Pero, obviamente, ni una sola palabra salió de mi boca. Mi madre informó a Mario de esa invitación, y…¡la que se montó!
Psicológa en Avilés
Recuerdo ese primer enfrentamiento entre mi familia y Mario. Él argumentaba que, si iban a ir mis tíos y abuelos a la comida, mi madre tenía que invitar también a toda su familia al completo. Personas que no conocíamos de nada. Y que, si mi madre no cedía en su petición, entonces nadie iría a esa comida. Recuerdo mi cabeza intentando digerir tamaña desfachatez, recuerdo mis nervios de punta, recuerdo la decepción, la culpa, el odio, el asco, recuerdo la aversión.
También recuerdo que, cuando nos quedamos a solas, le dije que era un caradura, que no iba a pasar por eso. Sé que no estaba acostumbrado a esa actitud, y que mis palabras le amedrentaron. Cobarde, todos los maltratadores son unos cobardes. Cuando abres los ojos, ya no puedes más que ver. Cuando abres las alas, lo único que te queda es volar.
Llovía el día que regresamos a casa con Carmen, una tormentosa mañana de abril. Mi bebé parecía minúscula es su sillita, tan pequeña, tan indefensa. Y Mario se empeñó en pasar por la calle de Nemesia para que ésta pudiera verla. Yo estaba dolorida y cansada. Solo deseaba llegar a mi casa. Condujo hasta allí, y la bruja de ella abrió la puerta del coche, entró viento y lluvia y una mano sucia y fría se acercó a la cara de mi hija. Recuerdo cada instante, silbé como una serpiente, me arrojé a ella, y de un manotazo la aparté. Instintivo, juro que no lo pensé ni por un segundo. Cerré la puerta y tomé una decisión. Se acabó. Protegería a mi hija de esa panda de monstruos, aunque me fuese la vida en ello.
Psicológo Avilés
Recuerdo la llegada a casa, algo que debería haber sido un acontecimiento memorable en la vida de toda nueva familia, se convirtió en una tarde de pánico y horror. Mi madre me había dejado la comida en casa y se había ido. Así yo no tendría nada que hacer, más que comer y descansar, cuidar de Carmen y relajarme. Mario se puso a gritar que no iba a comer esa comida. Que la había hecho mi madre y que no la quería. Que ella siempre entrometiéndose en todo. Carmen y yo éramos de su propiedad y él haría la comida. Me puse a comer. Si tú no quieres comer, revienta, pensé. Pero una parte de mí temblaba de miedo.
Quiero irme de aquí, tengo miedo, quiero huir. Me metí en la cama, abracé a Carmen e intenté dormir.
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