Cap3

María, una historia de violencia de género. (Cap. 3)

Psicólogos Avilés. Psicólogos en Avilés. 

Hola, soy María, tengo 40 años y soy víctima de violencia de género, o ya no.

El tiempo siguió transcurriendo. Un espantoso círculo de violencia y paz. Un círculo que me confundía. ¿Era yo la mala? ¿La culpable? Todas las acciones de Mario iban dirigidas a mi infravaloración, a humillarme. Como os comenté, yo no tenía mucho dinero en aquella época, eso hacía imposible que me pudiese permitir ir de cena o a un espectáculo todas las semanas. Mario me invitaba, ¡qué chico más generoso! No me adelantaré a los acontecimientos, pero os aseguro que pagué todo eso, el doble, el triple, 5 veces más, y no solo con dinero…En aquellos momentos, me sentía halagada y querida pero había una perversa parte B, como todo. A esas invitaciones seguían frases como “¿Qué harías sin mí? Menos mal que te lo pago yo porque tus padres no te quieren ayudar, no eres nada sin mí” ¿Os dais cuenta de la maldad de esa frase? Ahora la reconozco como el principio del aislamiento de mi familia. Mi psicóloga me ha ayudado con esto, y me ha explicado que una de las primeras fases del maltrato consiste en aislar a la víctima de todas aquellas personas que podrían ayudarla, así, ésta, queda a su merced, a su control.

Un día, al poco tiempo, me invitó a cenar a su casa. Cocinó unos espaguetis duros y crujientes que no se doblaban alrededor del tenedor y que se pegaban en las muelas. Les volcó una lata de atún por encima. Pobre, me dije, no sabe cocinar, de todas formas, lo comeré igual, por no despreciar su trabajo. Era totalmente imposible comer esa pasta, os aseguro que lo intenté, así que decidí que podía ir comiendo el atún. Él se dio cuenta de lo que estaba haciendo: “¡Ya está! la princesita flower power, que no sabe comer, así estás de gorda. Eres una maleducada y una desagradecida” Fue tan de repente que no supe reaccionar, ahora sé más, mi psicóloga me ayuda y he aprendido mucho de la experiencia. En aquel momento, me sentí desubicada, confusa, culpable, tonta. ¿Qué he hecho nuevamente mal? “No quiero a especialitas en mi casa, eres rara” ¿Os dais cuenta? En un momento yo era un montón de cosas horribles, y él, el encargado de educarme. Desde ese momento hasta que se lo permití, su actitud siempre fue paternalista y condescendiente, abusadora y humillante. “Das vergüenza ajena, no se te puede llevar a ningún sitio” Esa era una de sus frases favoritas.

Recuerdo el día que me pidió que me fuera a vivir con él, habíamos tenido una de esas discusiones en las que yo me sentía absurda y no entendía nada. “Ven a vivir conmigo”. ¿Sabéis que le contesté? Que sí, le dije que sí. ¿Y sabéis porqué? En aquel momento, yo ya pensaba que él me hacía un favor con ello, que yo era tan fea, horrible, gorda e inadecuada que nadie más me querría. Así que él me estaba rescatando. Caballo blanco y armadura dorada. Jamás alcanzaría a montar un caballo, y su armadura estaba más oxidada que un cacharro viejo, pero eso lo sé ahora.

Os he hablado un poquito de mi físico, bueno, soy una chica normal, lo que llaman ahora una curvy. Estoy sana y ágil, hago deporte y llevo una alimentación saludable. En aquel momento, ya había superado todos mis complejos de la infancia. Una vez que me fui a vivir con él, esos insultos puntuales hacia mi físico, se volvieron costumbre. “No te pongas pantalones, pareces una obesa” “Ponte siempre falda, al menos así disimulas un poco” “No te pongas tacones, parecerás más grande y alta que yo” “Con esa ropa pareces una indigente, menos mal que estoy yo para enseñarte a vestir, porque tu madre nunca lo hizo” ¿Lo veis? Alejamiento y desvalorización de mi familia. Os puedo asegurar que mi madre es una mujer con mucho estilo (hola mamá, que sé que me estás leyendo) y que me enseñó que la elegancia está en ir adecuada a cada situación. ¿Creéis que Mario no sabía eso? Por supuesto que sí, por eso quería apartarme de ella, ser más importante para mí que mi propia madre. Alejarme de mi familia, de todo lo que consideraba vital para mí, y llevarme a su mundo, donde él sería el rey, y su propia madre, la reina. Recuerdo que muchas veces me hacía fotos cuando yo no me daba cuenta, y luego me las enseñaba. “Mira cómo eres realmente, mira esas piernas, mira qué celulitis, das asco, ponte a dieta, te lo digo por ti, por tu salud, también para que la gente no se ría de ti y les des grima, menos mal que yo te cuido, ¿qué sería de ti si no?” Y yo, me sentía fracasada, fea, inútil.

Adiós familia, adiós amigos, adiós gente importante para mí, adios pacientes del hospital a los que tengo cariño. Hola mundo de Mario y todo lo que le rodea a él.

Su madre, ese es otro tema. Os voy a hablar de ella, porque será un personaje muy dañino en esta historia. Mi psicóloga me cuenta que esa relación de “mamitis” lo ha escuchado miles de veces. “Siempre es así, María, los maltratadores siempre son hijos de un maltratador. Pero que el padre haya sido maltratador, no convierte al hijo en maltratador necesariamente. Mira, María, en este caso, la maltratadora es ella, y él, el hijo maltratador” Su madre se llama Nemesia, una mujer controladora, manipuladora, obsesiva y con una gran ignorancia. Absorbente, vengativa y mala. Sí, es una de las malas, ¿recordáis el primer capítulo? Nemesia es realmente mala. Posesiva, envolvente. Mala madre, peor abuela. Presumida y vanidosa. Falsa con sus amigos, venenosa con el resto del mundo. El primer día que la vi me sentí rara. Sé que “rara” no es ninguna emoción, pero no lo sé describir de otra manera. Inmediatamente, Mario me dijo “si quieres llevarte bien conmigo, tendrás que adorar a mi madre” (adorar a mi madre, disculpad que me repita, pero me ayuda) ¿Por qué no salí corriendo nuevamente? Miles de señales, maltrato más que evidente, ¿qué narices me ocurría? Chicas que estéis leyendo esto, mi psicóloga me dice que solo pudo suceder aquello que nos enseñaron. Yo ya había aprendido a tener la culpa y a ser la inadecuada. ¡Me estaban haciendo un favor aceptándome!

A partir de aquel momento, mi vida se convirtió en una rutina absurda de trabajar en el hospital e ir con Mario y su madre a todas partes, a la playa, a su casa a cenar, a su casa a comer, de compras, de acampada…Os preguntareis por mis aficiones, mi familia, mis amigos…No lo sé. Ahora sé que todos ellos me estaban esperando y haciendo lo posible por evitar el aislamiento, pero yo no me daba cuenta de nada de eso. Y nuevamente, dejaba de ser María para ser lo que ellos consideraban adecuado. “Qué bien estás aquí con nosotros, ¿eh? Tu familia tiene que ser muy aburrida, en cambio aquí sí que te cuidamos bien” Ahora pienso en mi Carmen, en mi niña, y tengo miedo…

Un buen día, me ascendieron en el trabajo. ¡Por fin tendría un sueldo más que decente! Además, una tía mía, me dejaba un flamante piso de forma gratuíta para vivir en él. Nuestra economía mejoró al 100% y con ello, la posibilidad de dar el siguiente paso en el maltrato: el control de mi dinero y mis propiedades. Cuánto dinero robado. Si solo hubiese sido dinero…

María, una historia de violencia de género. (Cap.1)

María, una historia de violencia de género. (Cap.2)

Psicólogos Avilés – Psicólogos en Avilés.

1Comentario
  • Elena
    Posted at 20:28h, 18 julio

    En mayor o menor grado me suena todo eso, Maria. Lo malo es que se ve con claridad cuando YA NO eres víctima, aunque no te das cuenta enseguida, se necesita mucho tiempo para digerir el maltrato.
    Ánimo y sigue contándo os tu historia. A ti te ayudará a desahogar y a otras mujeres a detectar el maltrato. Un abrazo.

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