16 Oct María, una historia de violencia de género. (Cap. 6)
Psicólogos en Avilés. Psicólogo en Avilés.
A veces, se me hace difícil escribir, porque escribir significa recordar. Recordar viene del latín “recordari”, formado por re (de nuevo) y cordis (corazón). “Recordar” quiere decir mucho más que tener algo presente en la memoria. Significa “volver a pasar por el corazón” Por otra parte, mi psicóloga me dice que volver a revivir los recuerdos, hará que se asienten de una manera mejor, más funcional, en mi mente, y eso es bueno.
Estos últimos tiempos he aprendido mucho, supongo que eso es lo que tienes que hacer cuando te pasan cosas desagradables. He aprendido que si alguien me rompe algo y me enfado, tengo dos cosas malas, lo roto y el enfado. He aprendido a decidir quedarme solo con lo roto. Lo bueno que tienen las cosas rotas es que se arreglan. En cambio, la maldad no se puede reparar como si fuera un objeto. La maldad es eterna e inmutable.
Durante mi embarazo de mi Carmen, los muebles y los objetos fueron mis mejores aliados, en ellos me refugiaba y anestesiaba. El baúl me hacía de parapeto al miedo. Las compras de objetos bonitos mitigaban el dolor de una forma muy pasajera pero, ¿qué sabía yo en aquellos momentos?
Pronto, Mario empezó a controlar mi acceso a mi familia. Llamadas, visitas, mensajes. Al estar embarazada, ya me consideraba de su propiedad, la máscara por fin estaba cayendo. No existía ninguna consideración ni respeto hacia mi persona, hacia mi individualidad. Yo entonces no sabía nada. Empecé a imaginar trucos para contactar con mi familia. Me quedaba unos minutos más en el hospital para hacer una llamada rápida a mis padres. Mario se ponía hecho una furia si me veía hablar con ellos, después de la ira, el silencio asesino, el desprecio absoluto, la humillación “Sigues siendo una niña, venga, corre con tu mamá, quiero verte correr, ¡corre!” Ahora entiendo que Mario no podía soportar que yo pudiese querer o admirar a alguien más que a su persona. Lo que no sabía Mario, es que yo ya había empezado a odiarle, a tenerle aversión, a darme asco.
A todo esto, mi familia no sabía nada, permanecía ajena a todo lo que yo estaba pasando. Ya se encargaba Mario de hacerme sonreír en su presencia, de obligarme a fingir felicidad. “Como digas algo a tus padres, te dejo” ¡Ojalá te hubieras largado en ese momento, chico!
La relación con la madre de Mario era rara. Rara sé que no es una palabra demasiado significativa, pero llevo un rato pensando y no se me ocurre otra que describa mejor lo que sentía. Por una parte, esa señora se desvivía en darme, aparentemente, los mejores cuidados, por otra parte, esos regalos estaban envenenados. Pondré un ejemplo, toda embarazada sabe que tiene que tener mucho cuidado en comer siempre la carne y el pescado previamente congelados. La madre de Mario se afanaba en comprar la mejor comida para mí, supongo que para retenerme, para compararse con mi propia familia y considerarse mejor. “Mi madre sí que te da todo, no como la tuya, mi madre es una señora” Un día descubrí que nunca había congelado ninguna comida antes de cocinarla. ¿Y cómo lo descubrí? Ese día me dieron pescado en mal estado, sabía mal y olía peor. Obviamente tuve que decirlo, no podía arriesgar la salud de Carmen. Y ahí surgió la bestia, el monstruo “María, ese pescado acabo de traerlo ahora mismo de la pescadería, así que es imposible que esté podrido” ¿Acabo de traerlo? ¿Ahora mismo? ¿Y el congelador? Entré en pánico “Eres una exagerada, no he congelado nunca nada y te lo has comido, ¿ves? No te ha pasado nada, es que siempre lo tienes todo tan delicado” Lloré, de miedo, de rabia, de frustración. Sus malditos regalos envenenados era posible que hubiesen dañado a Carmen, y esa señora no dejaba de cacarear sandeces. Tomé la decisión de comer solo lo que yo estuviese segura, pero nunca lo pude estar del todo. A Dios gracias, que Carmen nació saludable y maravillosa.
Cuando ya llevaba unos 8 meses de embarazo empezaron las burlas, las humillaciones y las frases hirientes por parte de la madre de Mario. Esa señora inconsciente y vanidosa, se empeñaba en que fuese sin el abrigo en pleno invierno “Para que los vecinos vean que estás embarazada y que es mío” ¿Mío? ¿Cómo? “Sí, María, cuando nazca Carmen, tú me la darás, yo la cuidaré, despreocúpate, la pondré aquí, en mi habitación” Supongo que me quedé en shock, no supe qué contestar, solo una pequeña voz en mi interior me dijo que todo esto estaba siendo mucho más peligroso de lo que yo ya pensaba.
“Sácala, ya, pesada” me decía una y otra vez. “Levántate de la silla, que todos vean tu barriga en el restaurante, a ver si van a tener dudas de que es mío” Mi cabeza daba vueltas sin cesar, aquello era demencial, estaba perdida y atrapada. Esa señora estaba loca, esa señora está loca. Solo quería irme a mi casa, a descansar, a estar sola, a esconderme detrás de los muebles.
¡Qué poco sabía entonces! Lo peor aún estaba por llegar. Esto no era más que el preludio de algo que cambiaría mi vida para siempre.
Elena
Posted at 20:19h, 16 octubreMenudo trastorno padecía la señora, ¿no?. A mejor tiene algo que ver con que su hijo fuera un maltratador.